Vamos al Sahara oh oh oh oh

Luego del despecho de haber dejado a Karen atrás, activamos las pilas para ir al desierto. Eran tres días de viaje donde tendríamos como primer destino Ourzazate, parando en la magnífica Kasbah Ait Benhaddou, luego el valle de Dades y finalmente el desierto de Merzouga. La camioneta nos recogió a primera hora de la mañana y aprovechamos de dormir durante el primer tramo. 

La primera parada llegó, y era para mí, la más esperada. La Kasbah Ait Ben Haddou es un pueblo de arcilla y piedra rodeado por grandes murallas. Antiguamente fueron pueblos beréberes diseñados para defender las cosechas, casas y palmerales que crecen junto a sus cauces. Declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO, Ait Ben Haddou es uno de los lugares más bellos de Marruecos y un "must" para todo viajero que tenga pensado conocer al país norteafricano. Nuestro primer guía se llamaba Mohammed, un joven berber con unos ojazos verdes que te hipnotizaban y una sonrisa colgate—como diríamos en Venezuela. Aparte de poseer las cualidades de un buen guía—buen humor y múltiples idiomas—Mohammed tocaba la guitarra, o mejor dicho, el laud, con el cual nos cantó una canción . Si, todas quedamos babeadas. Luego nos llevó por toda la Kasbah y nos contó cómo se vivía en el pueblo y mostró donde se habían filmado películas famosas como Gladiador, o incluso Game of Thrones (¿recuerdan Yunkai la ciudad amarilla?).



Atrás dejamos a Mohammed y sus ojos verdes y seguimos camino. El valle de Dades era nuestro próximo destino y sería nuestra base para la primera noche. También llamado el "Camino de los mil kashbah" el valle de Dades ofrecía una vista impresionante para ir en auto, con nieve en un lado y semi-desierto por otro, y cientos de kasbahs que se mezclaban entre pueblos, palmerales y paisajes desérticos que parecían sacado de una película de Indiana Jones. Al llegar a la próxima parada, nos encontramos con las Gargantas de Todra, ¡wow! era hermoso. El cañon, formado por el río Dades y el Todra que se extendía unos 600 metros y cuyas paredes llegaban a estar hasta 10 metros una de otra te hacían sentir como una hormiga. Si bien era un lugar increíble, confieso que me entró un poco de pánico cuando Rachid—nuestro guía— nos contó que habían cerrado un restaurante que estaba ahí luego que una roca gigante cayó encima aplastando a empleados y turistas. Ok, "¿ya nos podemos ir?" fue lo primero que pensé. 


Al llegar al hotel lo primero que hicimos fue buscar cervezas. Si hay algo que siempre encontramos Cata y yo en nuestros viajes, es cerveza. Sin importar el idioma o hasta la religión, las niñas tienen un don para encontrar sus adoradas birras. El problema era encontrarlas frías, pero bueno, tampoco se puede tener todo. Un par de minutos en el freezer y problema resuelto. Con ayuda del viaje y las cervezas, caímos desmayadas en la cama hasta que sonó la alarma a las 7am. Tomaríamos un rápido desayuno y a la carretera de nuevo, y esta vez, sería non-stop hasta el Sahara.

Ya cada vez más cerca a Merzouga el calor se sentía peor que nunca y el sol atravesaba el techo de la camioneta calentándonos como papas en un microondas. El recorrido dentro del desierto hasta llegar a nuestra base era más de una hora, así que nada más ver una casita a la distancia ya todos nos queríamos tirar de la camioneta. ¡Habíamos llegado! 

Nuestros fieles dromedarios nos esperaban sentados uno al lado del otro, y mientras estirábamos las piernas nuestro anfitrión traía té de menta para entrar más en calor. Teníamos que esperar que bajara el sol porque sino podíamos sufrir una insolación y los dromedarios tendrían que hacer un esfuerzo mayor. Luego de un par de horas salimos. Diez dromedarios en fila iban llevándonos más adentro del desierto, y la vista era espectacular. Cata venía detrás de mi pero no lograba captarla en las fotos, ya de por sí maniobrar la GoPro sin soltarme de mi amigo era un reto, así que imagina lograr captarla a ella y el paisaje al mismo tiempo, imposible. Ya estaba cerca el atardecer cuando llegamos a nuestras carpas, así que todos tomamos nuestras cámaras y corrimos hacia el tope de la duna más alta. 

Ok, aclaremos. Correr fue lo que hicieron varios, yo intenté, pero al final no pude. Todo el que ha ido a los Medanos de Coro sabe lo difícil que es subir una duna corriendo, o mejor dicho, subir una duna, punto. Tenía años, ¡años! sin sentirme tan vaca. No entendía porqué a mi cuerpo le costaba tanto, o sea, ya va, yo no seré atleta de triatlón pero me considero una persona activa físicamente. Sin embargo, esta escena demostraba lo contrario. Luego de unos largos minutos y muchos gritos de ánimo de parte de Cata y mis compañeritos viajeros logré subir. Justo a tiempo para ver una de las bellezas naturales más increíbles y más sencillas del mundo, el atardecer. 

¿Qué ves en el desierto luego que baja el sol? Nada. Menos mal que nuestros guías ya habían armado fogata y logramos bajar hasta llegar a nuestro hogar por esa noche. Las carpas de los berber—o en este caso de los tuareg, son inmensas y robustas. En cada carpa cabía un mínimo de tres personas, y la carpa donde cenaríamos podía fácilmente hospedar a unas veinte. La cena estuvo rica, y nos dio la oportunidad de conocer mejor a nuestros compañeros. Luego nos sentamos alrededor de la fogata y los guías tuareg nos dedicaron un concierto de música marroquí que luego terminó en una mezcla de Ricky Martín con Fito Páez cortesía de los turistas, o sea, nosotros.


Llegada la hora de dormir todos nos retiramos a nuestras carpas. Cata y yo compartíamos con Sarah, una belga muy buena onda y Jorge el español—lo cual nos tranquilizaba porque en el caso de aparecer algún bicho raro, el saldría a nuestro rescate. Mientras intercambiamos cremas y repelentes adentro de nuestra caluroso refugio, me di cuenta que los chocolates que llevaba en mi bolso se habían derretido por completo, tenía el bolso y la ropa llena de chocolate. El problema no era el chocolate, sino el olor. No podía haber olor a comida o restos de comida cerca de las carpas porque atraería animales, ¡obvio! Salí corriendo con los chocolates afuera de la carpa hasta donde estaban los desperdicios, bien lejos de nosotras. Luego de un rato logré cerrar ambos ojos. Nada fácil entregarte al sueño en una carpa en la mitad de la nada, donde te separan unos escasos diez centímetros del piso que puede estar lleno de todos los bichos posible, y de paso quedar justo frente a la abertura de la carpa. Si, mi cama estaba justo frente a la puerta de carpa, lo cual tenía su lado positivo: tenía las estrellas justo al frente—¡y qué estrellas! Nunca vi el cielo tan estrellado como esa noche. 

Ya entregada al sueño me despierta un ruido extraño. Abro los ojos y me quedo en silencio esperando escucharlo otra vez, de repente se escucha como si algo corriera por encima de nuestra carpa, ¡¿qué carajo es eso!? "Cata, Cata escuchaste eso?" Cata aún entre-dormida se sorprende al escuchar algo correr por encima de nosotras. Sarah también se despierta y las tres asustadas empezamos a imaginar qué podia ser. "Un gato , pero es muy pesado para ser un gato" dice Cata. "Un pájaro, porque parece que volara y luego caminara" dice Sarah. "Eso es más pesado que un gato o un pájaro" digo yo. Cada vez se sentía más fuerte y nosotras asustadas nos quedamos viendo la abertura de la carpa imaginando algo que va a entrar a comernos. "¡Es un gato...que vuela!" dijo Sarah, y en medio de la oscuridad y el silencio nos soltamos a carcajadas imaginando al gato volador. Nuestro guardián español ni se despertaba, "bien bonito el que se supone nos iba a proteger está en el quinto sueño" dice Sarah. Después de muchas risas y minutos que parecían horas viendo la puerta, nos quedamos dormidas. El gato volador no nos atacó. Al despertar, le contamos a Omar nuestra visita nocturna, y mostrándonos unas huellas detrás de la carpa nos dice: "si, las visitó un zorro, creo que estaba buscando el chocolate que tenías en tu bolso".









Popular Posts